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ALFREDO GÓMEZ El río Servol, que hoy conocemos como un barranco y que en contadas ocasiones baja con torrente de agua a causa de...

ALFREDO GÓMEZ

El río Servol, que hoy conocemos como un barranco y que en contadas ocasiones baja con torrente de agua a causa de alguna tormenta, se ha desbordado en varias ocasiones con terrible fuerza en Vinaròs, entrando sus aguas en la ciudad. Uno de esos desbordamientos tuvo lugar en el año 1909, concretamente la noche del día 2 de noviembre, hará ahora justo 111 años.

Durante los días anteriores estuvo diluviando de una manera terrible en el interior de la comarca y el río fue bajando con un amplio caudal hacia el mar. Fue hacia las dos de la madrugada cuando empezó a salirse de su curso y empezaron sus aguas a entrar en la ciudad. Para hacer frente al torrente se decidió abrir un gran boquete entre las fachadas de la casa de Mercedes Gil y de la viuda de Chavarria, en la plazoleta de San Cristóbal.

El nivel del agua alcanzó la máxima altura en la población a las cinco menos cuarto de la mañana, siendo entonces, cuando por la fuerza del caudal se rompió el puente de la carretera, que hacía de presa, dejando circular el agua por el curso natural del río hacia el mar.

Las calles que se vieron más perjudicadas fueron las del arrabal de Cálig/Pilar, calle del Puente, Plaza San Valente y Santo Tomás, junto a las de San Gregorio y San Pascual, o sea, los barrancos “naturales” de la población. Aunque también se vieron afectadas las calles adyacentes, sobre todo la calle Mayor, sus travesías y las plazas de San Agustín y San Antonio. En la calle de San Ramón el agua fue detenida por el portalón de casa de los Escribano. Como éste se abría hacia adentro fue muy difícil su apertura. Aquí el agua alcanzó una altura de un metro tal y como costaba en una placa visible hasta hace poco y que conservamos.

En la plaza de San Valente el caudal del río fue frenado por la verja de una acequia que hizo de presa al empotrarse en ella multitud de objetos que arrastraba la corriente destrozando numerosos comercios como la panadería de “Els Catalans” o la casa del veterinario Caudet. Desde allí se desvió con más fuerza por la calle Santo Tomás inundando el interior de numerosos bajos, causando grandes destrozos al juntarse con el que torrente que bajaba por la calle Mayor y callejones anexos, anegando comercios como del de Angel Giner o la pastelería La Colmena.

No hubo que contar víctimas mortales, pero si muchas pérdidas materiales. Uno de los más perjudicados fue Ricardo Querol. De su almacén se echaron a perder 1.500 cántaros de vino, destapados, que fueron arrastrados por el agua; varios lagares de cebada y dos cargamentos de sal. En el interior del almacén se encontraban durmiendo tres trabajadores que salvaron la vida de manera milagrosa. Al no poder salir por la puerta, debido a la fuerza del agua, pudieron acceder por una abertura al piso superior donde estaba instalada la Academia Politécnica de Carlos Pedra. En la misma calle se inundaron numerosas casas, como el edificio donde estaba instalada la caja de reclutas.

También resultaron perjudicados con la inundación el comerciante José Puchol, cuyo almacén de tejidos de la calle Santo Tomás se anegó, y la expendiduría de salazones de Miguel Pellicer. “Las calles están llenas de troncos y ramas de árboles; animales domésticos como cerdos, corderos y gallinas han muerto a millares”.

En el exterior de la población el mal causado también fue importante. Además de estas pérdidas particulares muchos de los campos se vieron inundados echándose a perder cosechas y sembrados. “Todas las huertas a más de un kilómetro de distancia del río están convertidas en inmensos barrizales en los que están sepultados árboles, plantas y cosechas”. Si bien el puente de San Gregorio no cedió, si lo hizo el de la carretera.

La ermita de San Gregorio también sufrió una fuerte inundación de más de un metro en su interior, arrastrando varios objetos y mobiliario. A raíz de la inundación desaparecieron varios objetos de culto.

La magnitud del desbordamiento fue tal que el “Noticiero Universal” de Barcelona se hizo eco de la noticia y todavía en la actualidad pueden verse algunas placas de cerámica que señalan el nivel alcanzado del agua en ese lugar.

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