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MANUEL MILIÁN  Parafraseando a Cicerón, cuando un gobernante ve peligrar su mandato, es cuando comete los mayores errores. Es lo que en estos días...

MANUEL MILIÁN 

Parafraseando a Cicerón, cuando un gobernante ve peligrar su mandato, es cuando comete los mayores errores. Es lo que en estos días advertimos en el derrotero alucinante de Pedro Sánchez. Mucho más que una huida hacia adelante. Es una carrera hacia el precipicio de todos. No encuentro precedente de un desafuero semejante desde que tengo uso de razón. Parece más bien la lógica del paranoico ofuscado. ¡Todos hacia el infierno! Bastante fue la disyuntiva de Luis XV de Francia: “Tras de mí, diluvio”. En este caso es simple y llanamente el suicidio del sistema democrático, el túnel abierto por el acero de la extrema derecha, las estertores de una democracia pésimamente servida a espaldas del pueblo, que pierde, gota a gota, su soberanía económica. Pues, ¿qué otra cosa es el progresivo desgaste del poder adquisitivo? ¿Qué otra cosa es la demencial ignorancia de la regresión de las clases medias?

Hoy, más pobres que ayer, y menos que mañana.

El reciente debate  del Estado de la Nación ofrece una perspectiva alarmante ¿Cuál es el propósito de Sánchez al resucitarlo siete años después de su ausencia? Sin duda, su intento de construir un relato. Es decir, horas de propaganda de unos resultados de apoteósica ineficacia a lo que pretendía convertir un elenco de eficaces medidas de gobierno.  Ignora tal vez Pedro Sánchez que nadie resurge de sus cenizas sin una dosis pletórica de autoritas de la que obviamente carece. Sin embargo, ¿quién aconseja a un hombre desnudo de cualquier respetabilidad moral, después de desmentirse a sí mismo con infinitas mentiras que descalzan todo fundamento de credibilidad? ¿Realmente piensa que puede ser el Ave Fénix de sí mismo tras su compulsiva productividad a destruir con los hechos, construidos con docenas de promesas, casi siempre falaces?

Toda autoridad personal, levantada sin una base ética, acaba por ser un castillo de naipes, huérfano de la mínima consistencia. Y de ahí al descrédito, un fruto abundante en los predios actuales, sin más políticos que los palmeros de la propia bancada.

En este debate muestrario de la oferta nacional, los argumentos los pusieron los oponentes; el ridículo este Prometeo encadenado de un jefe de gobierno, a ratos noqueado. ¿A dónde nos puede conducir un hombre sin más horizonte que un populismo de izquierdas rancias, vociferantes divididas y desmesuradas? ¿Puede ser, acaso, el pegamento de un país que se fracciona día a día?

Mi segunda reflexión a tanta parchería es el vacío de un discurso que, aparte de hechos probatorios, se aboca suicidamente al populismo facilón y barato. Tan barato como las escasas aportaciones económicas de una siempre prometedora Calviño, la milagrera piadosa de la comunista Yolanda Díaz, o la sinrazón apodíctica de una Irene Montero, más propicia a enloquecer las categorías del sexo, la razón moral de la existencia, que a sublimar la supuesta grandeza de “género”.

Todo en la carrera de Pedro Sánchez resulta sorprendente, y a estas alturas, sus maniobras en las Instituciones fundamentales del Estado, parecen seguir los pasos del chavismo, del que yo he tenido buena información, y los mejores maestros del lugar, un almirante, un abogado – antiguo protector de Chaves – un banquero también de la zona, el editor de un gran diario, y el propio Leopoldo López. Aquellas estrategias del militante venezolano, parecen reforzar no sólo las cadencias de Rodríguez Zapatero, el “Padrino” de Pedro Sánchez, sino también las prodigiosas maneras de arruinar a un país y su economía por subsidios después de la miseria, persuadiendo a la ciudadanía con regalos que condicionan su indigencia.

Trazos de aquel populismo lo percibo aquí en las medidas y la palabrería oficial del gobierno. Esto conlleva sin duda la ruina de la clase media; esa clase que impide el enfrentamiento entre la oligarquía y el proletariado. No hay revolución sin protestas, y de no existir éstas, deberán crearse, tal y como en 1917 hizo Lennin en la revolución rusa, atrayendo a su amigo judío norteamericano para aportar capitales y emprendería y crear fábricas y proletariado.

En mis reuniones en el Kremlin en 1990 todavía pude utilizar uno de los lápices de la fábrica que creó el prócer estadounidense amigo de Lennin. ¡Santas lecciones de la historia!

Por último, observo el fracaso estrepitoso de la generación de líderes nacidos en las décadas de los años 80 y 90 del pasado siglo. Milenials o no, ha resultado un naufragio clamoroso: Pablo Iglesias el neocomunista que se fundió como un azúcarillo, con el chavismo a sus espaldas, en tan sólo cuatro años. Albert Rivera, la promesa de un cierto neocapitalismo liberal, se suicidó políticamente en menos de tres legislaturas, a pesar de los apoyos financieros. Inés Arrimadas, lamentablemente, parece seguir sus pasos. Pablo Casado no pudo soportar el peso de la del liderazgo del centro-derecha, aun con el pedestal que un inepto Mariano Rajoy puso a sus pies. Estuvo mal aconsejado, peor acompañado y un exceso de ignorancias del contexto sociológico e histórico del propio Partido Popular. ¿Será ésta la suerte de la pretendiente lideresa de la izquierda Yolanda Díaz?

Esa generación de liderazgos cool ha fracasado. Todo parece indicarque Pedro Sánchez acentuará la nómina de su misma suerte. Ni manipulando el retrato de la historia, podrá sobrevivir, salvo que el chavismo bolivariano, resulte ser, a la postre, la meta de su proyecto. Triste horizonte…Triste fortuna la de esta generación de líderes de 40 años. ¿La alternativa? Los líderes setenteños, con sus reminiscencias de estadistas y con el polvo de la Transición, que en verdad no fracasó.

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