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MANUEL MILIÁN La osmosis entre República Francesa y Francmasonería es una realidad histórica que ha sido subrayada habitualmente bajo la capa del Laicismo radical....

MANUEL MILIÁN

La osmosis entre República Francesa y Francmasonería es una realidad histórica que ha sido subrayada habitualmente bajo la capa del Laicismo radical. La Iglesia fue desposeída de sus bienes y hasta las catedrales son patrimonio del Estado, cedidos en uso a la Iglesia. Se trata de un equilibrio complejo con vaivenes cíclicos, y a veces incomprensiones, mientras que imponen no siempre fáciles equilibrios. Las paradojas son múltiples, como la del fundador de la V República, el católico general Charles De Gaulle. Como la del presidente François Mitterrand, que abandonó su fe católica y a ella retornó al final de su vida en un proceso de reidentificación llevado a cabo en largas tardes de conversación con el católico escritor Jean Guitton. Como la del sorprendente Sarkozy, que –no siendo masón excepcionalmente- osó asumir la canonjía del Presidente de Francia que histórica y honoríficamente tiene en la basílica de San Juan de Letrán, en Roma. En aquella ocasión teorizó en su discurso, para sorpresa general, sobre un saludable laicismo en absoluto enfrentado a la Iglesia, con la que debía cohabitar en armonía.  Fue un gran escándalo para muchos franceses, que más tarde sería confirmado en la sabia visión que sobre la laicidad del Estado defendió y definió el Papa Ratzinger, poco dudoso en solidez teológica.

   Esta ha sido de algún modo la música de fondo del reciente –y para algunos sorprendente encuentro- del Presidente Macron con los Obispos franceses en el Colegio de los Bernardinos, no lejos de Notre-Dame. Al igual que George Pompidou, Macron es hombre formado en la Banca Rothschild, con unos inequívocos apoyos masivos de la Francmasonería francesa, a la que pertenece, al igual que Manuel Valls. Lo significativo es su valiente planteamiento público de colaboración con la Iglesia en las grandes cuestiones morales en las que disienten y cuya enumeración no ha obviado: “Lo que importa es la savia. Y yo estoy convencido –ha afirmado- de que la savia católica debe contribuir a la vida de nuestra nación. Es por esto por lo que estoy intentando aclarar por qué estoy aquí esta tarde. Para deciros que la Republica espera mucho de vosotros. Espera, si me permitís decirlo, que le entreguéis tres dones: el don de vuestra inteligencia, el de vuestro compromiso, y el de vuestra libertad.”

   A nadie deberían sorprender tales afirmaciones. La cultura francesa dudosa del catolicismo, incluso en aquellos aspectos del laicismo o del naturalismo que tanta relación guardan con el Humanismo, tal como en los años 60 mostró Charles Mueller en su extraordinaria obra Literatura del Siglo XX y Cristianismo, que tanto influyó en mi generación. Los místicos españoles fueron una pasión de François Mitterrand, como explica Wiesel en su biografía dialogada “Memoria a dos voces”. Maritain, el gran pensador del Humanismo cristiano, o François Mauriac, fueron dos enormes aportaciones a la cultura de Francia, al igual que Paul Ricoeur y otros intelectuales de raíz protestante. Francia sin el Cristianismo no hubiera sido la misma. Tampoco la Masonería hubiera podido desarrollarse en culturas islámicas, como se demostró en Turquía post Atatürk, en Túnez post Bourguiba, o en Egipto post Faruq.

Consecuentemente, la República Francesa, aunque no lo reconozca, tiene un serio problema con la enorme implantación del Islam en su territorio, que se ha convertido en la segunda religión de Francia, tras el catolicismo ¿No será ésta una de las razones de la aproximación a la Iglesia del presidente francés? Macron aseveró ante más de 400 personalidades del mundo católico reunidos con sus obispos para esta ocasión algo tan cierto como esclarecedor: “Desde mi punto de vista, que es el de un Jefe de Estado, un punto de vista laico, yo debo preocuparme de quienes trabajan el corazón de la sociedad francesa, que quienes se comprometen para curar las heridas y consolar a los enfermos, tengan también una voz en la escena política, y sobre cuestiones de la vida política nacional y europea. Es lo que vengo a pediros –concluyó- esta tarde,  que os comprometáis en el debate político nacional y en el debate europeo, porque vuestra fe tiene algo que decir en este debate”.

   Es curiosa esta llamada de Macron a los obispos, justamente por hacerse desde la otra orilla: “La política necesita la fe de los católicos”, aseveró ante el sorprendido auditorio, pues la Fe es mucho más que la organización de la Iglesia como institución, dado que la “temporalidad” es para Macron un elemento fundamental que comporta y exige el revisionismo en los grandes postulados en función de las necesidades sociales. Según su análisis, Macron circunscribe la problemática del desafío temporal hoy a dos grandes cuestiones: bioética y migraciones. Y es en ello donde pone su tilde en una apelación al realismo de la Iglesia, a la aportación de su “savia” según sus propias palabras.

Habida cuenta de que el aborto fue una causa política impulsada en Francia por la Masonería según testimonios de los propios “hermanos”, el elenco que Macron plantea es altamente significativo; y para el que reclama a la Iglesia un dialogo abierto y sincero, que se ha iniciado ya, y en el que la Iglesia ha manifestado en muchos casos su postura adversa. Monseñor George Pontier, arzobispo de Marsella, no ocultó dichas dificultades en su intervención inicial de bienvenida: “La Iglesia, consciente de nuestra responsabilidad de vigilar sobre la salvaguarda de los derechos del niño, la defensa de los más frágiles, desde el embrión al neonato. La persona con discapacidad, el anciano que depende de los otros para todo”. Una tan compleja realidad exige hallar puentes entre ambas orillas, entre Iglesia y Estado, dado que solo así puede construirse el bien de la sociedad. Dada esta doble perspectiva moral, Macron apela a asumir “nuestra cota de intempestividad, mientras yo tendré que vivir al ritmo que avanza el país” ¿Estamos en la cristalización del relativismo según el concepto del Papa Ratzinger? “De este desequilibrio constante –subraya el presidente galo- crearemos un camino en común… Es un ejercicio de libertad que demuestra que el tiempo de la Iglesia no es del mundo, como tampoco el de la política, y está bien que sea así”. Según Macron es preciso reparar en la sed del absoluto, en la trascendencia, en la libertad espiritual. En verdad, un discurso sorprendente, que bien pudiera anunciar un nuevo tiempo de convivencia o cohabitación, eso sí, en el seno de la laicidad. Está pendiente por ver quién se moverá en una u otra orilla. Los riesgos, evidentes; los propósitos quizá también, pero a la Iglesia no se le puede negar su rol en la temporalidad, ni en la moral social de los ciudadanos creyentes. Aquí discrepo de Macron.

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