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MANUEL MILIÁN La época es de absoluta confusión, digan los necios lo que gusten mentir. El problema hoy es la difícil sostenibilidad de la...

MANUEL MILIÁN

La época es de absoluta confusión, digan los necios lo que gusten mentir. El problema hoy es la difícil sostenibilidad de la Verdad, dado que el discurso se ha implantado como la máxima expresión de los gobiernos, y no son ya los hechos quienes determinan el criterio de la realidad. El marketing político ha mutado el sistema de las Democracias, al extremo de que ya no se elige a los mejores, como exigían los clásicos atenienses, sino a los peores, a los mediocres, a los que falsean las cosas con la perversión del lenguaje y del discurso. Es decir, la verdad se mide desde el interés, no desde la propia percepción de sí misma. Por eso hoy, en lugar de estoicos, nos hastían los sofistas, aquellos que creaban su verdad según sus exclusivas conveniencias.

A ello se ha llegado por la vía del relativismo moral, el peor cáncer del siglo XXI, en el que se ha implantado la muerte de toda moral y el ahogo de las categorías de conducta personal y social. La resultante no podía ser otra que el deterioro de la legitimidad del Poder, la quiebra de la Autoridad según su propia naturaleza, y el desbordamiento de las convicciones humanas según el objetivo egoísta del Poder y de los Estados en consecuencia. Sólo así se explica –no digo justifica- la afirmación terrorífica de Goebbels: “La verdad es el máximo enemigo del Estado”. Una brutal desintegración de las categorías morales de los gobiernos y quienes de ellos se sirven del Estado ¿Cabe el fundamento de credibilidad en semejantes gobernantes? Los acontecimientos que vivimos demuestran que su credibilidad es igual a cero, pues son la rectitud de las conductas, la justicia de las decisiones, el escrupuloso respeto de la Ley, lo que arraiga y fundamente los cimientos de la autoridad respetable.

La postrer conclusión debería ser: ¿Son legítimos unos gobernantes que pervierten las categorías morales según sus conveniencias? ¿Es admisible un diktat absoluto en el perverso sistema antitético comunista-capitalista de la República de China? ¿Cabe creerse una sola de sus aseveraciones en vista de la perversión de las normas morales y del respeto a sus ciudadanos? Y en otro orden de cosas, ¿puede legitimarse un sistema electoral falsificado en naciones como Venezuela, donde imperan los perversos intereses del narcocomunismo? Dos años dediqué en la década de los 80 a estudiar las revoluciones centroamericanas (El Salvador, Nicaragua, Cuba…) y mi conclusión –con materiales y testimonios de primera mano- fue que se trataba de una gran mentira. Al igual que mienten los de Podemos, predicando lo opuesto a lo que practican. Nada bueno puede sucederse de la mano de Chávez, Maduro y Venezuela. Y entre nosotros no faltan los idiotizados por esta ingente mentira social y política. No es que Trump sea ejemplo de nada en el orden moral, ni su conducta precedente fue un ejemplo de empresario. Ni la Argentina postperonista que tanto veneran algunos de la camada podemita.

¿Qué se deriva de semejante disolución de categorías? La confusión, las luchas sociales, la violencia y, finalmente, en casos extremos, la guerra. Pues, los mandatarios son quienes violaron las reglas, quienes confundieron las normas, quienes mintieron los ciudadanos y los condujeron al miserable engaño “democrático”, del que sólo se siguen maldades y desgracias. En este orden de cosas, quienes y cuándo aclararán el origen del covid19, la razón de su tardío aviso por China; la claroscura actuación de la OMS; el uso que algunos han hecho de medidas extremas de confinamiento, aun a sabiendas de la hecatombe económico-social que tales medidas iban a producir.

Las garantías morales en las decisiones de los gobiernos, como el español, carecen de todo fundamento, ante el recurso sistemático de la mentira, que sobradamente acreditaron en una infame campaña electoral última. Metafísicamente es imposible que nadie otorgue aquello de lo que carece. Puro Aristoteles, puro Cicerón ¿Qué garantías Pedro Sánchez,, o Pablo Iglesias, o determinados insuficientes e impreparados gobernantes y ministrillos?

Esta crisis de conductas personales abastece de escepticismo a una sociedad harta de palabras y hambrienta de hechos. Facta, non verba, habría que instalar en el vestíbulo de las instituciones del Estado, en la sede parlamentaria de la Democracia, o en el portón dórico de La Moncloa. Sin credibilidad no se puede seguir, es inútil gobernar.

Desgraciadamente, la pandemia del coronavirus ha puesto en claro muchas cosas, incluso el forcejeo a la Constitución, la demolición en marcha de la Monarquía, la fanfarria mediática sanchista de egolatría desmesurada, la perversa utilización de los órganos de gobierno y legislativos, la crueldad de tantas mentiras de uso común. En particular dos cosas me han alarmado: el uso perverso del lenguaje y de los partidos políticos que accionan la manipulación del discurso, y la práctica evidencia de que existen tres Españas: la privilegiada (Euskadi y Navarra), la mejorada (ese Madrid cabeza de pulpo depauperador del territorio peninsular y paraíso fiscal para ruina de la Comunidades Autónomas), y la ordinaria, en la que queda consignado el resto, y muy particularmente los territorios de la antigua Corona catalano-aragonesa. Los que aportan casi la mitad del PIB nacional, al furgón de cola. ¿Alguien se ha interrogado acerca de la sostenibilidad de este agobiante desequilibrio? Julián Marías, a partir de 1939 postulaba ya la “tercera España”, la síntesis de las otras dos del conflicto. Lejos de esta solución, hoy está naciendo paradójicamente esa tercera España desequilibrante y desequilibrada.

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