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MANUEL MILIÁN  Me pregunto a diario si no estaremos “descontruyendo” el sistema democrático en Occidente. Las crisis pueden servir para regenerar el sistema: era...

MANUEL MILIÁN 

Me pregunto a diario si no estaremos “descontruyendo” el sistema democrático en Occidente. Las crisis pueden servir para regenerar el sistema: era lo que en la Grecia clásica se conocía por catarsis. Pero no es el caso. En Occidente no se cuestiona el actual modelo democrático por la vía de la catarsis, sino se “desconstruye” por la dinámica de la corrupción de sus propia esencia. Las razones causales son múltiples, y convergen en muchos casos en una misma coyuntura. Lo cual podría franquear el paso a su desintegración en un paroxismo sin precedentes después de la 2ª Guerra Mundial. Veamos:

1.- Los populismos desbordan los cauces de la representatividad, según los postulados hegemónicos que en España encarna Pablo Iglesias y Podemos, y en Occidente la destrozada Venezuela de Chávez y Maduro. En la medida en que el pueblo toma la calle se desintegran los resortes de la representación democrática en una contradicción evidente.

2.- Las clases medias, soporte axial de la Democracia, han sufrido un desgaste tanto en su equilibrio social como en su capacidad de resistencia, después de la brutal crisis de 2007 a 2015, en que se volatilizó una parte sustancial del su poder adquisitivo. Hoy las clases medias han reducido su estructura y su sostenibilidad. Sin clases medias difícilmente resiste la Democracia los envites de las crisis sociales y la disminución de las perspectivas de progreso social.

3.- Las élites dilapidaron su predicamento a lo largo de la crisis, que ni supieron prevenir, ni acertaron a contener. Por el contrario se beneficiaron escandalosamente de las pérdidas patrimoniales de las clases inferiores, acumulando sus riquezas en grado superlativo, con un soberano desprecio de su responsabilidad fiscal y de la redistribución de las rentas. El desnivel salarial y la desorbitada acumulación de recursos nunca llegó a las cotas actuales: un 15% de la población del mundo controlando más del 80% de la riqueza del globo. Un corolario nada improbable es el de las revoluciones sangrientas que pudieran producirse en las próximas décadas en la medida que se incremente la conciencia colectiva de la injusticia social ¿Son conscientes las élites de su ceguera? ¿De verdad creen que la globalización de los mercados puede garantizar los antídotos a una imparable desestabilización social?

4.- Ni los intelectuales, ni los media están en la órbita de la concienciación pública de la realidad económica y política. Los malos se le atribuyen al “sistema”, en tanto que la opinión pública es manipulada sin escrúpulos desde los medios de información de masas, el sentido ético de la información ha perdido la referencia de lo objetivo, para “apesebrarse” en el diktat de los poseedores de estos medios. Dos ejemplos paradigmáticos: la TV3 de nuestros días, absolutamente condicionada por el independentismo; y la Sexta TV potenciadora del izquierdismo de Podemos desde el día en que Arriola dictaminó que había que debilitar el PSOE, fraccionando su electorado, en favor de la hegemonía de PP. Aquella propuesta que dio alas a Pablo Iglesias y su partido, tiene ahora su equivalencia en la búsqueda de la división de voto del centroderecha entre PP y VOX, una vez desmantelado Ciudadanos. “El arriolismo” de Ivan Redondo estaría potenciando esta opción.

5.- La miseria moral de la clase política -sin duda la peor desde la Transición- conlleva su autodemolición a partir de dos premisas:

  1. a) La desbocada ambición de Poder (sin freno ni continencia) a cualquier precio.
  2. b) La corrupción que dimana de un concepto similar del Poder sin frenos éticos.

La Política sin Ética es cualquier cosa menos Política, en la peor de las hipótesis, latrocinio.

¿Alguien se interroga si, mientras tanto, los gobernantes se ocupan de sus personales intereses, o de los intereses colectivos (del Bien Común, según Santo Tomás de Aquino)?

7.- Un corolario que dimana del punto precedente será preguntarse al servicio de quién están los partidos políticos y su sistema de monopolio de la supuesta “voluntad popular” expresada en las urnas.

Esta partitocracia manipula y miente según las conveniencias de sus líderes, que “esclavizan” el modelo a partir de su “dedazo” en las listas cerradas (algo sumamente antidemocrático). Los electores se ven privados de su derecho de elección: no eligen a los que quieren sino a los que pueden. El poder de elección ha sido secuestrado por los líderes de partido o de la cooptación de los aparatos. De ahí que la regla de oro es la “fidelidad” al que manda y no la calidad del propio candidato. En consecuencia, “nadie da lo que no tiene” según el precepto de la Lógica de la Escolástica. Por lo tanto se destruye la libertad de elegir previamente a la libertad de votar. Y de esta manera los actuales partidos han arruinado la virtualidad democrática de sí mismos, llevando el sistema a un deterioro sin precedentes.

8.- Por último, el histrionismo de los supuestos líderes personalistas y sin escrúpulos han revalidado el subjetivismo y el relativismo moral hasta lo indecible; mentiras, fake news, falsos juramentos, radicales cambios de opinión antes y después de las urnas, arruinan la credibilidad de semejantes histriones del Poder “absoluto” en disimulo. Trump, Boris Johnson, Pedro Sánchez, Nicolás Maduro, Salvini, Orbán, etc. no merecen sino el desprecio democrático de los ciudadanos. Su ética relativista se circunscribe a su caprichosa voluntad o en busca de sus intereses. Ellos preconizan, con la mentira como arma, el dramático final de las democracias occidentales; a menos que surjan nuevos Churchill, de Gaulle, Adenauer, De Gasperi, etc. Con los líderes de hoy y el descrédito de la clase política actual al populismo le quedarán las manos libres para hundir a nuestros sistemas occidentales, o deconstruirlos, cómo lo definen los expertos.

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