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MANUEL MILIÁN ¿Estamos seguros los catalanes de que andamos por el camino idóneo? Una pregunta que me Azota pertinazmente todos los días desde el...

MANUEL MILIÁN

¿Estamos seguros los catalanes de que andamos por el camino idóneo? Una pregunta que me Azota pertinazmente todos los días desde el mes de septiembre de 2017. Siete meses de flagelación cerebral, que mucho me temo que se van a prolongar en un ejercicio salvaje de masoquismo analítico. La terquedad de mis amigos independentistas me retiene la resolución de la incógnita ¿No será, acaso, el peor de los caminos para evitar males mayores a la sociedad catalana, a sus ciudadanos? La duda me ha emplazado ante una evidencia: en las mismas condiciones, en el seno de una coyuntura perversa, la economía avanza y sigue creciendo, aun con el freno puesto en las inversiones exteriores y las oscilaciones que se perciben en la demanda ¿Por qué la política no sigue idéntico rumbo? ¿A  qué se debe esta asincronía entre lo económico (crecimiento por encima del 2,5 % PIB) y lo político (parálisis parlamentaria, tropiezos ejecutivos, ausencia de gobierno, disparatadas pretensiones alegales y cul de sac judicial)?

   Si en Cataluña se ha producido una considerable fuga de depósitos bancarios (31.400 millones de € desde la aparición de la DUI, según El Economista del 20 de marzo), parece escasamente dudosa la percepción de inseguridad y alto riesgo por parte de los depositantes bancarios. Aún lejos de la normalidad perceptible en el mundo económico-financiero internacional en referencia a Cataluña, todo parece indicar que las corporaciones de una cierta dimensión han postergado el miedo a los riesgos de un Procés, al que se le considera ya poco menos que en liquidación. Es decir, los centros de decisión económica internacionales propenden a considerar superada la fase de incertezas e inseguridad jurídica a que dio lugar la DUI en el otoño último. Y paradójicamente gracias a la decisión del Gobierno español  y a la aplicación del artículo 155 de la Constitución, por aquello de “obras son amores y no buenas razones” del refranero castellano.

   Sin embargo, está muy lejos de ser esta la percepción –harto peligrosa- de la demencial manera de proceder de nuestra clase política en una y otra orilla del Ebro. De poco sirve apelar al mandamiento del seny ni a los principios que lo rigen según El Criteri de Jaume Balmes; ni al pragmatismo orteguiano de la “conllevancia” entre catalanes y españoles; ni al precedente de Lluis Companys en octubre de 1934; ni al “mai més” del viejo Presidente Tarradellas; ni a las enloquecidas apelaciones a Espartero…  “¿Hasta cuándo agotarán nuestra paciencia…?” en paráfrasis de las Catilinarias de Marco Tulio Cicerón.

   Es obvio que en nuestra clase política no lucen los cicerones, ni se atiende a la lógica de Aristóteles, ni al realismo del burgués pactista, entre otras razones porque la burguesía ha claudicado –con sus dineros a buen recaudo-, y sus hijos de más limitada inteligencia han hallado refugio en la Política, en lugar de vendedores en el mercado interior o exterior. Pues la crisis del talento político no es una casualidad, sino un drenaje de la calidad y del talento que huye sistemáticamente al universo de los negocios y de la economía, reduciendo de este modo la capacidad de talento e inteligencia en la clase política ¡Craso error! Porque una tal asincronía provoca la distorsión entre las opciones económicas y las políticas, con enorme daño para ambas, dado que se retroalimentan en el sentido más negativo: a peores políticos, peor economía a medio o largo plazo; o mayor riesgo a un apoderamiento de los intereses políticos por parte de los intereses económicos y con la pérdida de soberanía de la propia sociedad y del ciudadano. Es una usurpación de los ámbitos colectivos y sociales por parte del diktat económico. Toda una ruta hacia los neofascismos o la decrepitud de las Democracias sojuzgadas por el interés estrictamente egoísta y particular, dado que no existe una adecuada “democratización” –o socialización- de las rentas producidas por las potentes estructuras económicas cada vez más descontroladas, como se demuestra en la América de Trump ¿A eso se puede aspirar? La jibarización de la clase política nos precipita, a medio o largo plazo, a ese inexorable escenario tan perverso ¿Habrá que colegir de todo ello que la “Democracia” como sistema es la degradación de la “Aristocracia” –o gobierno de los mejores- cual concluía Aristóteles?

Si tal caso ocurriera, sería sin duda un fracaso estrepitoso de las élites. Son ellas las que disponen de medios para conducir al ciudadano, incluso con el abuso de las redes actuales, donde la desinformación y los fake news son tan gran escándalo como ese brutal concepto de la postverdad. Si nos atenemos a la post verdad habrá triunfado el relativismo moral; una puerta que da acceso a toda degeneración política, cuyo discurso final sería ese fin que justifica los medios. Es decir, el triunfo póstumo de ese Maquiavelo que diseñó la vía a los ingentes despropósitos de los años 1930-1945. Si no analizamos las consecuencias de la crisis de 1929, me temo que la óptica social para visualizar las derivaciones de la crisis de 2007-2014 será aún más borrosa. Pura niebla.

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