


JAIME FEDERICO
Es en la mar donde las calles no tienen nombre, donde caminan las embarcaciones pesqueras y donde sus patrones se orientan y pasan pescando cada día. Calles que se han formado entre las rocas, plazas de arena fina, valles de cascajo o montañas que rodear de origen volcánico. No tienen nombre pero sí han sido bautizadas por el pescador, son los puntos geográficos de referencia submarinos para regresar a puerto con éxito.
Me contaba un viejo pescador que cuando habla de esos nombres está viendo el paisaje de ese fondo submarino con la claridad que uno divisa desde un punto elevado las calles de su ciudad natal, y con los ojos cerrados a levante y poniente traza su calada en su imaginación sin margen de error como si fueran los sitios donde se ha criado.
Y luego aquellos que en ingles se presentan a nuestros puertos como la máxima autoridad pesquera regulan y vuelven a regular los caladeros sin conocer esas calles sumergidas, esas que no tienen nombre oficial, esas que los pescadores pasean cada día en su cabeza. Y recurren a sesudos estudios científicos para poner normas absurdas en el Mediterráneo como los descartes, como las estimaciones de capturas antes de entrar a puerto, como la prohibición de pescar los superdepredadores que en lo más alto de la cadena se convierten en una plaga.
Y es que para subir el Everest hay que ir con un sherpa y para regular la pesca del Mediterráneo hay que hacerlo con un viejo pescador.