MANUEL MILIÁN
Se me hace pesado volver al ámbito fúnebre del PP, cansino, triste y doloroso. En primer lugar, porque a nadie le gusta matar un hijo, en segundo lugar, por el terrible escenario en que la demolición del PP podría producirse, en tercer lugar, porque de tiempo atrás estaba escrito (yo lo vengo anunciando desde el año 2000); cuarto, por la necedad de los necios que lo han producido; quinto, por el monumental equívoco que van a depositar en la papeleta de Ciudadanos. Por todas estas razones me veo obligado a lamentar por anticipado lo que se nos viene encima: un descalabro del PP, en el que me jugué 30 años de mi vida; una crisis intensísima en el ámbito del centroderecha español con un partido hegemónico, de partida de nacimiento poco clara, con una ideología inexistente, con un enorme potencial que los vientos a favor de la Historia le confieren, y con una incógnita posicional y filosófica, que traerá enormes desengaños y decepción en el voto católico que ahora suspira por una formación disimuladamente laicista. Por la izquierda no abunda la armonía, ni menos aún el fundamento para que esto se produzca. Lo más parecido a ello sería un frente-populismo de rancio sabor histórico con trazas de secuelas de los años 30 del pasado siglo ¿Qué sucederá en las elecciones municipales de 2019? ¿Caben los paralelismos y los desenlaces de las de 1931, si ganan las izquierdas?
Mis análisis me resultan harto perturbadores. No se adivinan ni las trazas del sentido común, ni el mandamiento del Bien Común, ni el sabor patriótico, ni la sensatez de la razón, ni la paz de los espíritus que Catalunya ha alterado profundamente. Sin este bagaje, ¿a dónde nos llevan los vientos? ¿Al neofascismo? ¿A la virulenta reacción político-social? ¿Al sueño de la eterna revolución pendiente? Lo único que se atisba son los negros nubarrones, y alguna que otra hiena que sale a morder la carroña mientras duermen los pastores. Me vienen a la memoria los versos de Ovidio en su Elegías, al partir hacia el destierro: “Aquella triste imagen de la noche del adiós a Roma” (“Illius tristíssima noctis imago…”). No puedo más ante un escenario de semejante deterioro, absolutamente previsible desde el minuto uno en que José Mª Aznar dispuso con su dedazo a la mexicana que su sucesor fuera Mariano Rajoy. Hasta su íntimo amigo Margallo debe coincidir conmigo hoy, que no en otros tiempos.
La demolición del PP empieza en 2011 con el primer gobierno de Rajoy, pero la causa original había que ubicarla en la ruptura del Pacte del Majestic en 2000, cuando Aznar alcanza su mayoría absoluta. Los gérmenes probablemente eran anteriores, al final de los 80 con el estallido del Caso Palop en Valencia, en el que ya quedó tocado el equipo de Aznar, con el cese de su jefe de Gabinete y la desconfianza de los históricos del PP hacia el denominado Clan de Valladolid. Sin embargo, el problema nace con la marginación de los hombres de la fundación so pretexto de desmochar el fraguismo. La primera generación postfundacional tomaría el poder (Rato, Cascos, Trillo, Loyola de Palacio, Isabel Tocino, etc.), pero las oleadas de incorporaciones sucesivas al hundimiento de UCD produjeron una heterogeneidad de familias, lógica derivación de la desintegración del partido de Suárez en gran medida por razones personalistas. Y ese personalismo es el que se introduce en el PP a partir del Congreso de Sevilla en el año 1990. (Tal como lo escribo se lo advertí a Fraga en su momento).
La ruptura del Pacto del Majestic en el 2000 es el punto de arranque de la mentalidad castellanista del PP. Aznar, poco a poco, fue implantando el españolismo más rancio y se olvidó de los valores de la periferia, salvo las siempre bendecidas aventuras de Javier Arenas en Andalucía. Desde ese momento Cataluña fue una sospecha y el desprestigio del PP catalán una pendiente irremediable. La cultura de UCD ha hecho el resto en el seno del partido nacional y en esta decadencia no faltan los nombres que restan de aquella efeméride de la “gran acogida” que Fraga propició a partir de 1981.
Dos hechos han establecido la referencia estas causas de disolución: el escaso escrúpulo en la acogida, que permitió la ubicación política de los “interesados” y oportunistas (de ahí la corrupción que ha demolido el prestigio del partido) y la retirada táctica de Aznar a partir del 3 de octubre de 2016 cuando anuncia el divorcio de FAES del PP de Rajoy. Este es un hecho harto simbólico, puesto que FAES había deglutido las fundaciones precedentes del partido, la Cánovas del Castillo del propio Fraga entre otras. Dicha ruptura, consumada en enero de 2017, pone en marcha la paulatina cadencia hacia Ciudadanos de cuadros e ideas. Aznar es un nacionalista español de corte castellano, y esa clara tendencia se evidencia hoy en la formación de Rivera, a la que no le falta un amplísimo apoyo del mundo económico. Las ideas de FAES tienen ya su encarnación, extramuros del PP. El resto es un compuesto de corrupción escandalosa, de despropósitos del tancredismo marianista, de cainismo indómito, de personalismos en las más abultada mediocridad, de desaciertos de Gobierno y del “mal catalán”.
La guinda la ha puesto Cristina Cifuentes con sus enormes y confusos errores de Master y mentiras que han trufado unas semanas de pura vergüenza y confusión. O, ¿no es vergonzosa la ovación unánime de los delegados en la Asamblea reciente de Sevilla a la distinguida cleptómana C. Cifuentes? ¿O, no es despiadado el modo de aniquilarla desde las sombras más abyectas con videos dolosamente guardados para la hora de la vendetta? ¡Menudos hermanos de partido! Con todo, no ha sido lo peor su caída, sino el sistema utilizado para su demolición: el todo vale, la miseria humana, la destrucción de la intimidad. Rajoy deberá reflexionar sobre su final de carrera, y, de no hacerlo, puede incurrir en el peor de los males de un político en sentencia de Tarradellas: hacer el ridículo, que ya se inició el proceso con la salida amarga y lamentable de Cristina Cifuentes de este circo de la Política española. Corrupción y ridículo.