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MANUEL MILIÁN Pensar es razonar, sin una razón estructural del pensamiento humano, difícilmente se podrá considerar pensamiento aquello que se produzca sin el elemental...

MANUEL MILIÁN

Pensar es razonar, sin una razón estructural del pensamiento humano, difícilmente se podrá considerar pensamiento aquello que se produzca sin el elemental respeto de la Lógica. Lo decía Aristóteles  ya en la propia definición del hombre: “es un ser racional”. Por lo tanto, discursivo, apto para entrelazar conceptos, ideas y conocimientos empíricos que adquieren la categoría de razonamiento o sentencia. Las ideas no le llegan por reflejo de un universo hiperreal superior o metafísico, que Platón denominaba hiperuranio, sino que se construyen desde la observación de la realidad misma y se establecen estructuras de hilvanación concluyente.

Este es mi dogma gnoseológico. Sin embargo, me pregunto si puede ser pensamiento humano aquel que corroe o destruye los elementos básicos de la condición humana. Y no raramente se diluye entre los postulados políticos o sociales construcciones más o menos racionales, cuyo objetivo parece la disolución de las estructuras de la convivencia social, más que la afirmación de la armonía en la sociedad. No siempre el pensamiento político ha sido “humano”. No siempre el ideario revolucionario ha sido progresista, por más que lo prediquen individuos ebrios de egolatría posturera. Precisamente en estos momentos de inmensa confusión de valores y de degradad expresión de las ideas políticas, asistimos a un revisionismo de la condición humana ¿Desnudar la condición humana de sus valores axiales, puede ser considerado como tal? ¿Destruir la vida humana en su génesis puede ser un derecho? Si condenamos la guerra por su misma condición destructiva, ¿cómo podemos admitir como un “derecho” de la mujer el aborto libre e indiscriminado? Si condenamos implacablemente con la ley penal el abuso sexual o el acoso, ¿cómo se puede admitir o pretender que es un derecho la eliminación del derecho a nacer? Y, en otro orden de factores, si imponemos el derecho de nacer –como hace la Iglesia-, ¿cómo no se exige, en igualdad categórica, el derecho a sobrevivir dignamente, lo que requiere, siquiera, el inalienable derecho al trabajo?

El trabajo va camino de convertirse en un bien escaso, gracias a la exclusión del hombre por el robot o la máquina, o los automatismos “racionales” de la digitalización. En consecuencia, ¿acaso los políticos (suponiendo que piensan) se aperciben de la magnitud del desafío al derecho de los ciudadanos de vivir con dignidad, de garantizar su buena salud, de gozar de la parte alícuota del bienestar que propician las nuevas tecnologías al sustituirá la fuerza humana? Si es así, ¿cómo se explicaría ese brutal e injusto reparto de las riquezas (el 10% de la Humanidad acumula el 90% de los bienes existentes)? No creo que quepa un mínimo razonamiento en una tan escandalosa estructura del reparto de los bienes y recursos humanos.

El gran problema de hoy es que los grandes intereses los establecen las élites y el escandaloso mundo financiero, que sólo sabe de especulación al margen tantas veces de la moral y de la ética. La cuestión es la hegemonía de esas élites que imponen el pensamiento único, merced a los think tanks sufragados por ellas mismas. Grave es que esas “élites extractivas”, como dice Piketty, sean devoradoras de los recursos públicos y de los presupuestos del Estado, y que vampirizan a intelectuales y políticos convirtiéndoles en simples mercenarios. Problema es que el pensamiento crítico se ha vuelto patrimonio de ideólogos de la utopía, o del tópico postmarxista, que, por sobado, esteriliza la recepción de su discurso, convirtiendo en líquido su pensamiento imposible y su utopía social. Así se ha transferido la liquidad del pensamiento a la sociedad líquida y banal.

Creo que es hora de regresar al concepto del Bien Común, de la Justicia distributiva, de la equidad solidaria, etc., etc. Pueden parecer pensamientos viejos, pero son de una ciclópea solidez. Veo mucha más envergadura en la Lógica escolástica que en los desvaríos del postmarxismo, que una y otra vez reincide en su matriz tópica, en su lucha de clases fracasada, en su sociedad comunista, clamorosamente derrotada en 1989, o en sus últimos y ridículos y farsantes ejemplos de Cuba o Venezuela ¿Qué es sino esta ola manipuladora del feminismo desaforado que han inventado los revolucionarios del fracaso comunista, sustituyendo la lucha de clases (fracasada) por la lucha de sexos? En 2003, en un Congreso de Mujeres Católicas en Roma, yo defendí esa tesis en mi conferencia. Las izquierdas radicales fabrican modelos alternativos como este del feminismo agresivo en el seno de la filosofía de género. Nunca tuve dudas. Y aquí estamos. Con el añadido de un peligroso ególatra, sin principios, que obedece al nombre de Pedro Sánchez, y que puede acabar siendo un monstruo. En Alemania, años 30, otro ególatra visionario acabó pasando factura ¡Pobre España de líderes descerebrados! Ya lo dijo Don Emilio Castelar: “España ha cansado a la Historia”. Pues bien, a eso vamos.

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