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MANUEL MILIÁN No me siento caritativo ante lo visto en el reciente debate de investidura de Pedro Sánchez. Tampoco es la piedad la que...

MANUEL MILIÁN

No me siento caritativo ante lo visto en el reciente debate de investidura de Pedro Sánchez. Tampoco es la piedad la que mueve mi pluma ante semejante desvarío. Quienes de la Política tenemos una concepción seria y clásica, tan solo podemos estimar con evaluación positiva la facilidad de esgrima dialéctica con que unos y otros se han exhibido. Pero de la forma al fondo no parece haber existido relación. Como quiso decir Rufián en una cita clásica, tal vez fuera de su alcance cultural, “fortiter in re” (consistente en el fondo de la tesis) en poco compareció con el “suaviter in modo” (suave en la forma), dado que las formas fueron densas y con aristas, y el fondo a menudo resultó una letanía de alusiones históricas (VOX) o un repertorio de egos trascendidos de su propia y desmesurada dimensión.

Los “divertimentos” argumentales a menudo guardaban más relación con la matemática de los egos individuales que con las sustancias de las urgencias políticas del momento. El maestro Sánchez echó mano de sus predecesores de la “secta del perro”, aquellos genios de la Grecia clásica que amaneraban la palabra a su gusto como excelentes sofistas amaestrados por la específica circunstancia. Pedro Sánchez le echó ganas a un discurso de prometeos encadenados que más se parecía a una carta a los Reyes Magos, que de una respetable propuesta programática “Alicia en el país de las maravillas”. Rigurosamente impracticable. En las réplicas echaría mano de la lógica de los cínicos para redoblar sus invectivas, en lugar de persuadir.

El maestro de los egos – Sánchez, aparte – vino a ser Pablo Iglesias, vendedor de fantasías imaginarias y de sueños que no aguantan la regla de multiplicar y dividir a la hora de un psicoanálisis. Le apellidaron “estalinista “y se tragó el envite. Le sobraron argumentos de trilero a la hora del reparto de gracias y de bienes, dádivas del bolsillo ajeno de los martirizados pródigos de la clase media, y quedose tan pancho ¿De dónde procederían esos regueros dinerarios para cumplimentar semejante diarrea de ofrecimientos? ¡Pero si la Deuda Nacional nos devora…! ¡Pero si la UE exige recortes y sacrificios para adelgazar el déficit del Estado! ¿Qué le va a importar a este profesor echado al monte donde pastan todas las demagogias y utopías más extremas del neocomunismo? Se reparte lo que hay, no se garantiza lo imposible. En este caso el engaño es obra de trileros.

Lo del juego del gato y el ratón en las supuestas negociaciones por un reparto de carteras, de funciones o disfunciones vino a ser un alarde de magia entre dos notables embusteros ¿De verdad se creen ambos líderes de la izquierda que todo capricho se puede convertir en derecho y cualquier propuesta se basta a sí misma para fabricar los necesarios recursos? Todo un monumento a la vanidad o quizá a la banalidad de una izquierda que anda entre los brazos de Morfeo ¡A soñar!

En las derechas hubo de todo: unos “trillizos” – dijo ingeniosamente Rufián – que en nada se parecen a nuestras ancestrales Pili y Mili, sino que cada uno apunta la nariz por su rincón. Casado probablemente fuera el más acertado, circunspecto, enseñoreado con el realismo. Alguien más solvente que el desastroso estratega de las elecciones generales de abril pasado, le debió afilar el lápiz en su sereno discurso. Señoreó como líder de la Oposición en la medida de su prudencia. Ni ofertó imposibles, ni le sedujeron los arrebatos que en grado exagerado lloverían de la boca de un Albert Rivera, cada día más desconcertante. El “plan Sánchez” parece muy sencillo: el Poder a cualquier precio. Se trata del Everest de la egolatría. Pero la fácil dialéctica de Rivera se perdió en la jungla de “la banda” (obviamente todos los afectos al nacionalismo periférico). Esa apelación a “la banda” fue un ardid para ofender innecesariamente a quienes constituyen el nexo del problema más grave de la España de hoy, cada día más machadiana, cada día más polarizada en ese conflictivo noreste peninsular: Euskadi, Navarra y Cataluña. Justo de lo que no quiso, ni quería hablar Pedro Sanchez, consciente del juego satánico que comporta para la futura estabilidad de España, más que para su pretendida unidad, que recursos hay en la Constitución para echar mano. Pero, al decir de Santa Teresa de Ávila “el diablo sabe más por viejo que por diablo”, ergo, ni mentarlo, como pretendía Sánchez.

Y en esa jauría tremendista de VOX – y su radicalismo discursivo- y la pléyade “de mixtos” con afán de destacar en sus menguados minutos. Laura Borrás siempre acentuando su exagerada impostura; Rufián echando mano del santoral de Oriol Junqueras, y apadrinando el pacto de Sánchez con Iglesias (¿tan de izquierdas son los de ERC para ello?); el navarro echando en cara el despropósito de un gobierno antinatural en sus feudos; en tanto que el cántabro empeñado en imitar al PNV para rentabilizar su único voto; los canarios a lo suyo, como el buenazo de Baldoví, que trata de investirse de San Vicente Ferrer para arreglar entuertos, etc. A la postre el PNV a lo suyo también: a cosechar privilegios bajo la capa de estadistas, que ha venido a resultar el sueño imposible de una noche de verano, donde las setas de colorean de todo menos de Estado.

Así las cosas terminaron peor que habían comenzado. Ni pactos, ni entendimientos, ni composturas para el traje, ni gobierno, casi tres meses perdidos y a empezar de nuevo. La conclusión sale por sí misma: (a) una generación de “líderes” que están lejos de serlo; (b) una falta total de responsabilidad ante las urgencias que España tiene planteadas; (c) una sobredosis de estrategias; (d) un eclipse de estadistas con talento; (e) abundancia de mediocridad; (f) un escenario político en el que el aspirante a gobernar quiso escamotear la espoleta del momento: Cataluña. A la postre, necesario regreso a las fuentes del clasicismo: “¿Hasta cuando, Catilina, abusarás de nuestra paciencia?” (Cicerón en sus Catilinarias, en su discurso del ocho de noviembre del año 63 a. C.). Yo solo relato lo que he visto.

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