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MANUEL MILIÁN Yo creía que el perímetro de lo mágico se circunscribía a África y Latinoamérica, donde Miguel Ángel Asturias y García Márquez –ambos...

MANUEL MILIÁN

Yo creía que el perímetro de lo mágico se circunscribía a África y Latinoamérica, donde Miguel Ángel Asturias y García Márquez –ambos Premios Nobel- sembraron de ejemplos sus maravillosas prosas, alguna definitivamente inmortales como Cien años de soledad, cuya lectura me abrió un fascinante universo. Macondo fue la concentración de lo mágico en la secuencia de las generaciones. Y siempre me pareció que el amor de García Márquez por Fidel Castro tenía no poco de magia y de irrealismo utópico. Baste leer a Carlos Alberto Montaner y otros cubanos para cerciorarse de que no era Cuba el escenario propicio para una revolución soviética. Y, sin embargo, lo fue de tal manera que va camino de emular la desventurada revolución de Octubre de 1917 en Rusia ¿Alcanzará los 70 años? Entre la magia, el vudú, la santería del Caribe y las meigas galaicas de Fidel y Raúl Castro, quién sabe lo que puede suceder con su particular dictadura de por medio.

De aquel realismo mágico (pues real y mágico resulta ser), que no es de uso entre nosotros, a lo que hoy se da en Cataluña y España media tan sólo un soplo de brisa mediterránea. Lo estrambóticamente mágico se ha impuesto, se ha instalado en ese histriónico Maduro que lleva a la ruina absoluta a la quizá más rica de las naciones iberoamericanas, sin atisbo de remordimiento: si se sabe de su nacimiento, ni de qué fuente política surgió, ni por qué los cubanos gozan de su petróleo gratuito, ni qué relación guarda el pendenciero Chávez con su injusticia social de reducir de hambre a los que nadan en un mar de petróleo; ni qué es eso de la seguridad nacional pendenciera y asesina…

Resulta evidente que tales escenografías no caben en nuestro Mediterráneo; pero sí en otros en los que un mágico presidente in pectore, de la Generalitat pretende telegobernar Cataluña desde Waterloo, rodeado de fantasmagóricos consejeros, de empresarios que le pagan el sustento, de visitantes permanentes, de acogedores fascistas flamencos, de dichos y proclamas a distancia… No había tantos visitantes en Clos de Mosny (Touraine) en la vieja masía de Tarradellas cuando el franquismo estaba vivo (y lo puedo acreditar como visitante habitual), ni hubo tanta generosidad para cubrir las deudas del resistente y viejo President en el exilio. Reproducir el paradigma se me antoja más propio de García Márquez y su Crónica de una muerte anunciada ¿Acaso no es mágica toda la retahíla de inventos políticos, de ensoñaciones políticas, de fórmulas innovadoras, imaginativas, de pseudo jefes de Estado a título de honor en la República Catalana, etc. ¿Hemos caído en el sueño mítico de los personalismos en una Cataluña que ni siquiera impone nombres propios en la denominación de los estadios de futbol? ¿Se ha volatilizado el realismo clásico catalán que ha elevado nuestra comunidad al rango puntero desde el siglo XVIII? ¿Es combinable el realismo mágico en política con el realismo económico? Me placería hallar la clave de esta aporía social, de este compuesto tan extraño y paradójico en la comunidad más racional y pragmática de España. Naturalmente, ese nacionalismo, que no se entiende en Madrid, ni menos en la cegata Moncloa, a pesar de tanto catalán allí instalado, que no ejerce, como es obvio.

Lo peor es el contagio: y mágico es Rajoy con sus meigas cinicoides, y no menos sorprendente esa pertinacia en Puigdemont cuando su virtud fue la transferencia de Artur Mas, la terca condición de la CUP, y la mitología hoy del hipernacionalismo. Mi pregunta es: ¿podremos ser realistas sin magia? Hay mucho diputado elegible en el Parlament.

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