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MANUEL MILIÁN Julián Marías en un libro sobre las generaciones, se refería como elemento fundamental (casi bautismal) al “factum” generacional. Un hecho que establece...

MANUEL MILIÁN

Julián Marías en un libro sobre las generaciones, se refería como elemento fundamental (casi bautismal) al “factum” generacional. Un hecho que establece la diferencia y caracteriza a sus congéneres relacionándolos con él por alguna razón. Es decir, la razón de razones, o la causa germinal. Así nació la “generación del 98”, a causa de la crisis producida por la pérdida de las ultimas colonias y el desaliento que en España se generalizó en 1898. Precisamente a Cataluña poco le afectaría aquel clima psico-social, antes bien proporcionaría un fenómeno de regeneración y progreso que se percibe en el arte, la cultura y los negocios. La burguesía creció cuando el desaliento aumentaba en el resto de España.  Algo parecido cabría decir de la generación literaria de 1927 con la crisis pre-republicana y el debate de las ideologías que conduciría a la sociedad española a la brutal confrontación civil de 1936-39.

A mi generación le sucedió algo semejante, precisamente en torno al movimiento estudiantil del Mayo francés de 1968 en Occidente y la Primavera de Praga en el Este europeo, con el intento de crear un Humanismo marxista por parte de Dubcek y Svoboda. En ambos casos me apasioné y devoré la prensa internacional (en particular Le Monde, que se convirtió en mi diario de cabecera). La convulsión de París afectó de manera fascinadora a toda mi generación universitaria. Eran los años de Martín de Riquer, Palomeque, Vilá Valentí, Mosterín, Blecua, etc. en la UB, donde las asambleas y las huelgas de estudiantes  se prodigaban con demasiada frecuencia gracias a un PSUC hiperactivo, a líderes universitarios como Fernández Buey, o Paniagua, a toda la pléyade que fundaría el Sindicat Lliure Democràtic, o la Capuchinada. De aquel movimiento surgen Pasqual Maragall, Narcís Serra y tantos hijos de la burguesía que se comprometieron en la lucha política antifranquista. Es innegable que la convulsión del Mayo francés nos tocó de lleno y las protestas contra el sistema se multiplicaron. Desde El Noticiero Universal arremetíamos contra la corrupción urbanística del Porciolismo que le ocasionó caída y su sustitución por el alcalde Enric Massó poco tiempo después. Barcelona sintonizó con las inquietudes de París. Madrid, un poco menos… Pero aquellas ideas y compromisos fermentaron la cusa del creciente desprestigio del franquismo, a pesar de los intentos de regeneración económica de los ministros del Opus Dei (los denominados Lópezes) que no fueron capaces de instalar su “desarrollismo” económico en la renovación de las estructuras políticas del Régimen. Muy al contrario, se produjo un retroceso extemporáneo con el escándalo Matesa.

 Pude desplazarme a París en diciembre de 1968 para estudiar las causas y efectos del Mayo francés. Durante 15 días me entrevisté con actores e inspiradores de aquel movimiento (a Cohn-Bendit no lo conocería hasta mediados los años 90 en el Parlamento Europeo). Estuve una mañana con el Rector Jacques Bally de la ciudad universitaria de Antony, donde se inició el movimiento rebelde que luego prendería en Nanterre. Me ubicó en el sindicalismo estudiantil uno de sus máximos líderes, mi amigo Christian Regnier, que me focalizó todos los elementos de la genética protestataria.  Pasé una tarde de Nochebuena inolvidable en Genneviève-sur-Marne, donde tenía su casa y su biblioteca, Roger Garaudy, que me ilustró acerca de los fundamentos marxistas –anarcoídes del movimiento revolucionario de Cohn-Bendit, o de Rudi Dutschke en Berlín. Una conversación inolvidable. Entrevisté al Nobel Miguel Ángel Asturias en su Embajada de Guatemala, y me dio su versión serena y veterana de los acontecimientos. Adquirí una maleta de libros marxistas y revolucionarios en la librería Masperó, cuyo dueño me advirtió asustado del riesgo de mi regreso a España con semejante cargamento (ignoraba él que yo lo haría con un coche diplomático de la Embajada Argentina); en mi biblioteca conservo todavía esa literatura. Mis indagaciones terminaron en unos reportajes-entrevista en El Noticiero Universal en 1969.

A mí, como a toda mi generación (la que hizo la Transición, Felipe González et alii, ucedistas y psuqueros…) aquella explosión de ideas fermentó un cambio profundo que cristalizaría en la década de 1970, con la caída de De Gaulle, desaparición del Franquismo, muerte de la dictadura de Portugal (Oliveira Salazar). Europa cambió y el sueño de la libertad se propagó en todas direcciones, también en el Este donde el despótico comunismo soviético no pudo asimilar estos aires de Praga, Varsovia, etc. Brezhnev no lograría contenerlos ni con su “centralismo democrático” y sus tanques: 11 años después se derrumbaba el muro de Berlín, y desaparecería la pasada y maléfica mole del comunismo soviético. Lección evidente: las ideas son más poderosas que los tanques ¿Por eso Wert retiró la Filosofía de las escuelas? Que lo reconsideren y busquen los paralelismos.

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