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MANUEL MILIÁN En pocas ocasiones se había conocido un clima más exasperante de desinformación activa en Cataluña y España. Lo que de una parte...

MANUEL MILIÁN

En pocas ocasiones se había conocido un clima más exasperante de desinformación activa en Cataluña y España. Lo que de una parte se dice (casi siempre exagerado), por la otra se niega (casi siempre manipulado). El Ebro ya no es un río, sino una frontera que delimita dos universos de percepción casi contradictoria. Lo blanco en una orilla se torna negro en la otra ribera. El triunfo de Ciudadanos se diluye en el éxito del independentismo; y viceversa. Entretanto, Cataluña sigue sin gobierno y sin claras expectativas de perfilarlo por la interposición de quien pretende convertir Bruselas en Saint Martin Le Beau, o de aquellos que construyen la política desde la triste instrumentación de la Justicia, y conocida es la sentencia de Montesquieu: “No existe tiranía peor que la ejercida a la sombra de las leyes y con apariencia de Justicia”. (¿Algún parentesco con la actualidad?)

Sea por lo que fuere, lo cierto es que la política en Cataluña y España señala, día a día, el divorcio de una realidad paradójica y contradictoria. En el supuesto de que esta disparidad se consolide, entrará en cuestión la credibilidad de todo nuestro sistema político institucional, dado que lo real es lo económico desde los albores de la Escolástica, cuando se apelaba a la prioridad absoluta del vivir sobre la necesidad de filosofar (“primum vivere deinde philosophari”) o cuando los castellanos de las carencias medievales apelaban al refranero: “Con las cosas del comer no se juega”. Algo tan indudable que hasta el hidalgo Don Quijote participaba de esa creencia en sus delirantes ensoñaciones.

Hoy la economía parece desentenderse de la absurda Política que se practica desde un partido corroído por la corrupción y por la traición intestinas: los unos acusan a otros, en un afán por rehuir las responsabilidades pasadas y sus consecuencias. Se trata de un corolario bochornoso, indecente, desolador. Siempre mantuve, después del año 2000 y ante la evidencia de una aznarismo desatado, que al PP le aguardaba idéntica suerte que en su día destruyó a la UCD. Hoy se puede aseverar que son los mismos perros con distintos collares. Ha habido una trasfusión de venenos, de fratricidios desatados, de malevolencias que engendran al afán de poder y de dinero, además del amiguismo y la cretinez como valores más cotizables. A menos capacidad crítica, más asensos por delante… Un paradigma perfecto para la autodestrucción, que nació, primero, del afán cainita de eliminar a los posibles competidores de un liderazgo partidario tan fútil que raya en lo esotérico. No hay símil parecido al del gallego Mariano, sino retrocedemos a otro lamentable paisano suyo: Portela Valladares en la 2ª República.

Pero de este desconcierto político, tampoco se sustrae Cataluña. Destruida la figura emblemática de Jordi Pujol, sólo hemos conocido mediocridades, que han roturado el campo de sal, por los frutos posteriores. Ni el Maresme de Mas, ni la Bruselas de Puigdemont aportan más luz que desconcierto; y las leyes aplicadas como guadaña merman aún más las luciérnagas que pudieran surgir en el horizonte político catalán. Un análisis desapasionado tan solo nos aporta interrogantes ¿Tan decisivo resulta ser el personalismo como para vetar la gobernabilidad autóctona de Cataluña?

Ahora bien, las sociedades catalana y española han iniciado un arriesgado proceso de desentendimiento de la Política. A menos Gobierno, mayor virtualidad operativa del sector económico. Con ello el divorcio a la italiana está servido: la economía y las empresas a lo suyo, mientras los políticos retuercen sus dilemas, sus dialécticas, sus cuentismos hasta barroquizar la propia espiral confusa de sus pretensiones. Si existiera un Miguel de Cervantes ya hubiere escrito un “Don Mariano” o un “Don Puigdemont”. Todo un desperdicio para nuestros literatos, incapaces de superar las ironías de “Polonia” en TV3.

Con el 155, o sin él, la economía crece, mejora, se proyecta, por ahora, hacia otros escenarios mejores según datos de la CEOE y del BBVA. Todo apunta a otro crecimiento del PIB en 2018 en los alrededores del 3 %. Buena nota. Y la economía catalana sigue en lo suyo: crecer, aunque al ralentí, en nuevas inversiones, según el informe del BBVA, en el que se insinúa la pérdida de 0,7 décimas con respecto al crecimiento general del PIB de 2018. Parece innegable el estropicio que se ha hecho en el Turismo. Sin embargo, otras variables apuntan elementos paradójicos: crecimiento de pasajeros en el aeropuerto barcelonés del 9,1 % en enero con referencia a enero de 2017, o el aumento de tráfico de contenedores en el puerto de Barcelona del 5,4 % interanual. O ese sorprendentemente paradójico, para la clase política, informe del Financial Times que vuelve a acreditar Cataluña como la mejor opción sur-europea para las inversiones entre 2018 y 2019.

¿Son conscientes los políticos de lo fútiles que pueden llegar a ser sus querellas y artificios? Italia creció a pesar de sus gobernantes durante toda la segunda mitad del siglo pasado ¿Será ese nuestro modelo? A mi parecer, un divorcio escasamente recomendable para revalidar socialmente la política de los políticos frente a la política de los empresarios. Que lo reconsideren… Aristóteles decía que “no es necesario multiplicar los entes (innecesarios)” ¿Son necesarios los políticos a partir de ahora?

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