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MANUEL MILIÁN  Desde 1976 no se había vivido una escenografía semejante del proceso democrático. Desde la desaparición del dictador Franco no se habían conjurado...

MANUEL MILIÁN 

Desde 1976 no se había vivido una escenografía semejante del proceso democrático. Desde la desaparición del dictador Franco no se habían conjurado tantos elementos para cuestionar la seguridad y el futuro de la sociedad española. Desde 1934 (els fets d’Octubre) Cataluña no había convulsionado el paisaje político español como ahora. Y desde Mayo de 1968 –cuna de todos los males según el reciente artículo del Papa Ratzinger (“La chiesa e lo scandalo degli abusi sessuali”; Corriere della Sera, 11 de abril de 2019) no se había producido una crisis semejante de los valores morales y éticos de un sistema corrupto que amenaza por derruir los fundamentos de nuestras sociedades occidentales.

Ni es alarmismo, ni es el Apocalipsis: simplemente es la verificación de una fenomenología que trasciende ya nuestra capacidad de resistencia. Si en 1989 una serie de factores coyunturales (la convergencia de cuatro protagonistas particularmente lúcidos en el liderazgo mundial como Juan Pablo II, Gorbachov. Margaret Thatcher y Ronald Reagan) dinamizaron la génesis derivativa de los elementos estructurales: evidencia del fracaso comunista, inteligencia de un capitalismo de corte humano y social, hartazgo de Centroeuropa por el escándalo del muro de Berlín, desintegración del Pacto de Varsovia, etc. Las consecuencias fueron la liquidación del mundo bipolar y la génesis de la multipolaridad en el orden internacional que nos ha conducido a la heterogeneidad de las ideologías desnaturalizadas –yo diría desacralizadas- y a la mixtificación de los sistemas usuales. Es decir, Rusia resurge de la mano de Putin –la inteligencia más astuta del tablero político de hoy- establece una pseudo-democracia de las élites que le confiere estabilidad: China provoca un terremoto en los mercados mundiales gtacias a su aporía practicada de capitalismo gestionado por el comunismo (sin amago de democracia); USA en manos de un arbitrario amoral y primario que sólo apela al profit, a la ley de la utilidad y al régimen subjetivo de las necesidades ajenas; la UE en una absoluta confusión de objetivos, sistema de valores, desubicación en el tablero internacional y pérdida de rumbo, mientras es pacíficamente invadida por masas migratorias que mudarán su morfología, sus creencias o descreencias y su cultura a la vuelta de 25/30 años. En esta tétrica confusión, sólo emerge una luz, demográficamente inquietante, que es el protagonismo hegemónico en la sociedad y en los mercados, de una Asia imparable.

Publiqué hace algunos años en L’Osservatore Romano (Vaticano) un artículo sobre Eurasia. Era inevitable la hegemonía demográfica de aquel continente y sus masas de miles de millones de habitantes que inexorablemente necesitarían romper las costuras de sus límites geográficos. La primera operación expansiva sobre Europa: por afinidad física, por tradición histórica, y por continuidad continental: Eurasia. Ninguna novedad para mí ese libro, que acaba de aparecer y que empieza ya a conmover las conciencias, de Parag Khanna, titulado In the future, Eurasia will rule the world. Todo nos conduce a un cambio de la hegemonía. Europa abocada a su imparable decadencia, objetivo de los nuevos “bárbaros” como en el siglo V con las invasiones euroasiáticas que liquidarían el Imperio Romano por causas endógenas (descomposición moral) y exógenas (superioridad “moral” y física de los invasores). No podemos olvidar aquel análisis de Unamuno en el Prólogo a su novela Niebla: “El comienzo de los pueblos es guerrero y religioso, la espada y la cruz. Después se sofistican con lo erótico y metafísico”.  Y en ello estamos ante la ceguera de los intelectuales y de los poderosos.

Se cuestiona la democracia formal y se resiente la convivencia; se impone el número sobre la calidad; se inmolan los principios que fundamentan nuestra civilización ante el dios del dinero y de la vida epicúrea; se pervierte el sentido del interés colectivo por la pura ambición personal; priman los valores de la utilidad y se pospone la prevalencia de los intereses de la Comunidad en favor del simple egoísmo de la ambición y de las riquezas. Que el 10% de la población acumule el 90% de los bienes. Si la brecha no deja de crecer, ¿de qué democracia estamos hablando? Si el sistema ha degenerado hasta depositar el poder real en manos de los menos que determinan las conveniencias de los demás, ¿de qué democracia hablamos? Si retornamos a las élites superpoderosas que imperan en los Estados y en la aplicación del método democrático, ¿no sería más propio hablar de una pseudo-democracia feudalista?

Este cuadro, de alguna manera se corresponde a la teoría de Piquetty sobre las “élites extractivas”, que son las que controlan los intereses presupuestarios de la nación de manera escandalosa, con procederes de mafia de guante blanco. En España ya sucede, como en Rusia, o USA, o el México pre-López Obrador. Los ciudadanos, conscientes o inconscientes, acaban sirviendo a ese sistema de democracia formal prostituida ¿Tenía razón Aristóteles con lo del “gobierno de los mejores”? Paradójicamente es así, pues lo que resulta del voto en España y en Cataluña es el gobierno de los mediocres; a la postre, de los peores. Decepcionante.

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